22.4.10

Emocionar

Por Paula Carmona (Estudiante Projazz)

Cuando un bebé llora a gritos o cuando un perro ladra toda la noche, nunca quedan disfónicos. Quizá el cuerpo del bebé y el cuerpo del perro SON la voz. El bebé todavía no separa su voz de su cuerpo de su respiración de su mente, como funciones distintas, él tan solo es orgánico (sus fuerzas están organizadas). Ya cuando comiencen a decirle “¡No te rías tan fuerte!” o “¡Quédate quieto!”, comenzará a detener sus impulsos, y entonces quedará disociado. Espero que este no haya sido tu caso.


Afortunados quienes crecieron en un ambiente favorable a la expresión, realmente afortunados, pues ahí están los cimientos de cómo nos relacionaremos con nosotros mismos y con el mundo. Es curioso que después de décadas enteras, cuando ya sabemos “todo” acerca de las ciencias, la tecnología y las normas para ser una persona normal aceptable y razonable, nos tengan que volver enseñar a respirar, y si nos paramos sobre los dos pies seguramente no tendremos conciencia de cómo es nuestra postura. ¿En qué momento el hombre dejó de convivir con su cuerpo? Nuestra cultura es la cultura del olvido, el olvido de nuestros instintos. A nuestra sociedad le aterran los instintos.

“El mito del Minotauro y el laberinto, en el que el Minotauro es un arquetipo de nuestros instintos y el laberinto es el laberinto de nuestra existencia. Cada uno de nosotros tiene un Minotauro, casi siempre oprimido (los instintos, lo salvaje). Y tenemos un laberinto existencial  -tomar opciones, estar perdidos- y llevamos dentro nuestro minotauro al que le tenemos terror, como le temían los griegos al minotauro; había que matar al minotauro, a la bestia salvaje, que es una forma inicial de represión.” (Rolando Toro)


Entonces el contacto nos asusta, las miradas nos intimidan, sentir un abrazo nos da pudor. Y de esta forma ¿Cómo podremos generar formas de expresión musical o de lo que sea? Si la voz, o el movimiento están encadenados. Las emociones no están en nuestros pensamientos, están en nuestra biología. Por lo que un cuerpo tenso, bloqueado, no permitirá proyectar lo que siente.

La técnica nos ayudará a fortalecer el sonido y la agilidad, pero no llenará esas cualidades.
Permitirse sentir es mirar a los ojos al minotauro, permitirse el dolor como la alegría o la rabia (sin tener que violentar a otro) podría ser el primer paso para encontrar la propia voz, la identidad del sonido.

Permítanme -a propósito de permitirse-, citar a tres sicólogos refiriéndose al cuerpo desde tres puntos de vista:

“El yo deriva esencialmente de sensaciones corporales, sobre todo de aquellas que brotan de la superficie del cuerpo. Él puede, de este modo, ser entendido como una proyección mental de la superficie del cuerpo.” Sigmund Freud, 1923

“Si pudiéramos reconciliarnos con la misteriosa verdad de que el espíritu está en el cuerpo vivo y que el cuerpo es una manifestación externa del espíritu vivo, siendo los dos en verdad uno solo, entonces podremos entender por qué la tentativa de trascender el actual nivel de conciencia debe pagar su tributo al cuerpo. Veremos también que la creencia en el cuerpo no tolera una perspectiva que lo niegue.” Carl Jung, 1928

“La neurosis no es apenas una expresión de un disturbio del equilibrio psíquico, mas en un sentido mucho más verdadero y profundo, es también una expresión de un disturbio crónico del equilibrio vegetativo y de la motilidad natural.” Wilhelm Reich, 1937

Uno desde el sentir, otro desde el trascender y el otro desde la vitalidad. En todo caso, desde la terminología que prefieras, el lenguaje es solo una trampa. Lo cierto es el cuerpo, este habla y siempre dice la verdad.
Leer más...

13.4.10

Moncho Romero. “Todo mi enfoque es emocional”

*Por Paula Carmona (Estudiante Projazz)

Algunas personas nacen con un regalo en las manos, y no tienen la opción de elegir lo que harán en la vida, pues la vida ya ha elegido por ellos.

Hay quienes bailan antes de aprender a caminar, hay quienes nacen observando las estrellas, hay quienes entienden el mundo desde la física o hay quienes prefieren dibujar o escribir el mundo.  Pero también hay una persona que a los tres años ya era músico y a los cinco  tocaba en un teatro lleno ¿Qué otra cosa pudo haber sido sino músico? “Nada –dice él mismo- Imposible, no tuve la opción”. En ellos no hay otra opción porque no existe la contradicción entre lo que son y la vida, ahí está el regalo.

En realidad la opción es sólo razonamiento.


“uno por uno es uno,

Ni más, ni menos:

El error comienza con la dualidad;

La unidad no conoce el error.”

OSHO

“El maestro del año”

Yo no tenía idea, mientras entrevistaba a mi profesor, que había sido nombrado maestro del año, “todo sucede por algo” (habrán oído)… pero todo lo que sucede trae consigo una cadena de sincronías por detrás; el pasado el presente y el futuro no son más que una constelación. Quiero decir, Se puede nacer con el talento, pero  hay algo con lo cual no se nace, y esto es con el título de Maestro (distinción que ellos mismos no aceptan). Puedes serlo desde muy joven, pero  no te puedes saltar el proceso de la experiencia… es como la metamorfosis, el satori o la crisálida: para ser mariposa tienes que haber sido larva.

Él mismo reconoce los cambios que le han sucedido con los años:

“Cuando yo era lolo era intratable, no sé porque pero me cerraba, por timidez tal vez, por inseguridad… En el ramo que yo hago, el Ensamble, la cara con la que entras va a ser calificada (jajaja). Eso es lo más  importante, es ahí  es donde te vas a encontrar con otros músicos, aprender a cómo ser un músico querido, que todos quieran tocar contigo… es complicado, hay muchos músicos buenos con los que yo no toco nunca, porque son pesados”.

“La juventud es una enfermedad que se cura con los años”, decía George Bernard Shaw. Y aunque estemos de acuerdo con él o no,  lo cierto es que  sólo cuando las cosas nos suceden en carne propia nos damos cuenta del error y es cuando podemos hablar de ello. Quizá es por esto que luego Pierre Benoit diría “De mis disparates de juventud lo que más pena me da no es haberlas cometido, sino el no poder volver a cometerlas.”

Sin embargo, si hay algo que no sólo se mantiene intacto en Moncho, sino que sigue en proceso de maduración es que la música, para él es una expresión emocional por sobre lo racional (aunque lo segundo, por cierto, lo hace muy bien). De aquí que a mí pregunta ¿Qué importancia le da usted al trabajo del cuerpo y las emociones en su vida?, me dijera:

“Absoluto, 120%.  Para mí, la música es emociones. Todo  mi enfoque es emocional,  por eso siempre tengo una entrevista con mis alumnos, necesito verlos.  Tengo que sentirlos.

Los alumnos nuevos generalmente están aún cerrados en si mismos… Yo he acompañado a Claudia Acuña y tú te das cuenta cuando ves a músicos “grandes” cómo se abren, la Claudia es impresionante,  ella se encuentra con todo el publico”.

Entonces aquí podríamos destruir la teoría de Albert Einstein, quien dijo  en un arrebato occidentalista: “Cuando uno es joven los pensamientos se vuelven amor, con la edad el amor se vuelve pensamientos.”


La mayoría debe saber que Moncho Romero estudió a los clásicos en el Conservatorio de la Universidad de Concepción, pues sí, y estudió piano con una rigurosa profesora que usaba bastón, al mismo tiempo que estudiaba contrabajo. Pero su profesora terminó tirándole el bastón en la cabeza cuando vio que su alumno preferido era un caso perdido que se dirigía irremediablemente a ser un músico de jazz (quizás exagero con lo del bastón en la cabeza). Porque nuestro protagonista, en realidad, no estaba “ni ahí” con las sonatas y estudiaba piano clásico como una estrategia para aprender a “mover bien los dedos”.

Que le vamos a hacer “El que nace chicharra, muere cantando”. Siempre tocó jazz, incluso antes de saber cualquier cosa, y paralelamente, mientras estudiaba en el conservatorio tocaba con su trío en los clubes:

“Yo era muy disciplinado porque tocaba, tocaba día y noche. Empecé a estudiar después, mucho después de tocar. Y ahí me di cuenta: “ah, esta es la escala que yo hago”, porque antes no había ninguna información, no habían libros, no había nada. Y desde que empecé a estudiar siempre hice clases, y eso me ayudó, porque te tienes que ordenar, te das cuenta que hay una secuencia de cosas, “yo quiero que la persona entienda esto, haber ¿Cómo le explico esto?”, te tienes que ordenar, y eso te ayuda a ti también.”

A propósito de disciplina, para Moncho tocar en la Orquesta Sinfónica de Concepción era un trabajo, lo contrataron antes de que terminara de estudiar y se casó ese mismo año. Como a los diez años de tocar en la orquesta se empezó a aburrir. Aquí hago un comentario en el que el profe me tira la oreja: “¿Era un mundo muy solitario, además, o no? -digo yo-, Porque se encierran a estudiar todo el día”

“Espérate –me suena a reproche-, si quieres ser un buen músico de jazz sería ideal que primero seas un músico clásico. Los músicos de jazz buenos que hay en Santiago hoy día: Sebastián Jordan (trompeta), Cuturrufo (trompeta), Christian Gálvez (contrabajo), que se yo, Daneman (guitarra), todos han estudiado mucho, han estudiado toda la vida, pero eso no lo ven en el otro lado, los miran en menos”.

“El otro lado”, como película de terror… Es la eterna disputa entre lo docto y lo popular, concepto que huele a añejo, pues hoy en día lo popular no calza con la antigua idea de que es música “más fácil”… los tiempos cambian.

“Es un viejo tema, pero ha cambiado un poco la perspectiva –dice Moncho-,  porque antes lo docto estaba integrado por músicos de estudio, y lo popular por músicos que tenían muy poco estudio, pero hoy los músicos populares tienen harto estudio.  Ahora hay muchos populares doctos ¿o no?  Igual la división entre los que estudian música clásica y los que estudian música popular es enorme, tremenda. Yo soy académico, y me pasé para el otro lado, básicamente  porque me vine a Santiago y renuncié a la orquesta. Yo estuve desde el 74, imagínate, era chico, del 74 al 90 en la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción. Trabajando en la música clásica todos los días, pero tenía el trío, ahí tocábamos jazz”

-¿Entonces tú nunca generaste esta división?

No, yo era todo lo contrario, yo era de los que incitaba a los músicos de la orquesta a que tocaran jazz. Hasta con el fagot de la orquesta escribía un solo, pero es mentira, un solo de  jazz no se puede escribir.

-Pero a ellos les cuesta salirse de la partitura para improvisar- comento-.

Ese es un problema muy serio, ellos creen que son sabios, y sin duda lo son, pero son ignorantes cuando se aventuran a expresarse en el campo de la música de jazz. Un músico popular, de jazz, es un experto en armonía, tiene mucha más noción de todo lo que está pasando que un tipo que está leyendo una partitura en una sinfonía… él está viendo las notas ¡yo viví eso! Hay tipos a los que no les interesa lo que está pasando con la obra en si, qué acorde está sonando… él toca su parte y se va para la casa, ese es el 99%, hay un 1% que sí se interesa. Entonces cuando a cualquiera de esos músicos tú le hablas de improvisar, creen que es una cosa así como “¡ahh, echémosle pa´ delante, pasémoslo bien!”, y es todo lo contrario, tú puedes tener libertad si conoces la estructura, si conoces las escalas, si conoces todas las posibilidades que hay. Me acuerdo que había una suite de” West Side Story”, o de  “Porgy and Bess”, y mis compañeros de la orquesta decían “ah! Vamos a tocar  jazz”, pero no, íbamos  a tocar una suite ¡que está toda escrita! Y para ellos eso era tocar jazz. Entonces ahí tenemos que volver a la definición, a la esencia de lo que es la música de jazz: Es un juego entre los músicos, entonces podemos jugar con cualquier canción, cumpleaños feliz, a cualquier canción le vamos a robar la estructura, eso es todo, pero un músico que no está acostumbrado, no puede hacerlo de buenas a primeras, tiene que prepararse para eso.

Lo que ellos valoran son otras cosas, tienen todo escrito: los matices. Está todo escrito entonces le dan importancia al fraseo, al sonido.

¿Cómo eran sus sueños cuando más joven?

Nunca tuve un sueño de “Quiero llegar allá”, o “viajar para allá”, yo quería tocar no más, la música me dio las posibilidades de viajar a hartos países. He tocado, he grabado, pero nunca he buscado el camino, ¿cachai?, hasta el día de hoy no estoy ni ahí, me interesa la música no más.

A Moncho Romero lo que le importa es hacer de sus alumnos músicos en todo el sentido de la palabra: que toquemos el piano, que entendamos, que seamos conscientes de lo que suena, es una formación integral. Claro, un largo recorrido, hoy día no más le pregunté en clases: “¿Cuánto tiempo tardo en que le gustara su sonido?”, “40 años- respondió-.”

Tratamos de razonar nuestro camino hacia él:

No funcionó;

Pero en el momento en que nos rendimos,

Ningún obstáculo quedó.

Osho
Leer más...